"….su vestido se desplegó, y pudo así flotar un tiempo, tal como las sirenas, mientras cantaba estrofas de viejos himnos, como quien es ajeno al propio riesgo, o igual que la criatura oriunda de ese elemento líquido. No pasó mucho tiempo, sin que sus ropas, cargadas por el agua embebida, arrastraran a la infeliz desde sus cánticos a una muerte de barro".

Final del acto cuarto de Hamlet, la reina Gertrudis cuenta a su marido Laertes la muerte de Ophelia.

Esta hija literaria de Shakespeare, lleva implícito en su nombre Ofelia (del griego Ophelia, la que socorre o ayuda) el paradigma más claro de mujer de actitud insegura, carente de voluntad propia, inestable emocionalmente… todo ello, provocado por su absoluta dependencia de su amado Hamlet. Hamlet, juega siempre con la frágil estabilidad emocional de Ofelia, con su ingenua credulidad, pues al principio le dice «Antes yo os amaba», indicando el fin de ese amor, lo que la joven cree, y momentos después le dice lo contrario, «Yo no te amaba», dejando un poso de decepción en Ofelia. Estos juegos sobre Ofelia y las constantes manipulaciones serán las que rompan dramáticamente al personaje- y, su poca o nula resistencia a las voluntades de los personajes masculinos que marcan su vida; su necesidad de guía, de socorrer o ayudar -como indica su nombre- y de complacer a los demás, olvidándose de ella misma, serán la razón que la lleve a su trágico final. Cuando Ophelia muere pasando “de su melodioso canto a su turbia muerte”, se convierte en un imposible objeto de deseo.